Entrevistamos a Jesús Gil Ribes, ingeniero agrónomo y catedrático del Área de Ingeniería Agroforestal de la Universidad de Córdoba$$$ además, es presidente de la Asociación Española Agricultura de Conservación-Suelos Vivos y ha dirigido el proyecto de mecanización del olivar tradicional, Mecaolivar
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Recientemente se han presentado los prototipos desarrollados dentro del proyecto Mecaolivar, del que usted es director, ¿podría explicarnos en qué consiste este proyecto?
Se trata de un convenio de innovación entre el Ministerio de Economía y Competitividad y la Universidad De Córdoba que busca que la investigación desarrollada por un centro público llegue a ser un producto comercial con la colaboración de las empresas. Gran parte del dinero del convenio se destina a contratar empresas mediante licitación pública para que desarrollen los prototipos y, una vez terminado este convenio, las empresas pueden convertir estos prototipos en máquinas comerciales y venderlas.
¿Qué novedades ha desarrollado para el sector olivarero?
Se han hecho 15 prototipos, dentro de 5 líneas de desarrollo. La primera línea es la de cosechadoras integrales para el olivar tradicional, un olivar con 10 o 12 metros de distancia entre árboles. Hasta aquí no existía este tipo de máquina, por lo que es una innovación muy importante.
También se han desarrollado prototipos de nuevas máquinas para la recolección del olivar intensivo basada en vibradores, mientras que la anterior se basaba en sacudidores de copas. Esta máquina consiste en un vibrador con movimientos robotizados casi autónomos, que detecta los olivos y aplica vibraciones programadas y controladas. Por otro lado se ha hecho un vehículo único con un sistema de lonas desplegables que son capaces de colocarse debajo del olivo y recoger la cosecha, una alternativa al paraguas. Por último, se ha hecho una cosecha cabalgante para intensivo con vibrador, es decir, una máquina que envuelve el olivo, lo vibra y recoge la aceituna y la carga en tolva.
La tercera línea es la de mejora de las pinzas y los materiales de agarre. Se trata de lograr materiales que se agarren mejor y dañen menos la corteza, para el que se han desarrollado 3 prototipos.
Las otras dos líneas ya van enfocadas al tratamiento con fitosanitarios. Una de ellas está dedicada a nuevos atomizadores, una máquina que es muy rápida pero cuya aplicación es muy deficiente. En lugar de realizar la aplicación con un único ventilador, se realiza con varios ventiladores que permiten acercarse más y entonces aplican a corta distancia. Así, se reduce sustancialmente la pérdida de producto.
Luego hay una última línea de aplicación de herbicidas. Se han desarrollado barras de herbicidas que incorporan sensores de vegetación y las boquillas van cerradas, salvo que se detecte hierba, entonces se aplica.
¿Qué impacto se espera que tengan sobre los costes de producción?
Ahora hay un sistema mecanizado en parte y que requiere mucha mano de obra y mucho tiempo. Esto va a permitir un ahorro importante de costes en el caso de la recolección y, en el caso de la aplicación de fitosanitarios, una aplicación más respetuosa con el medio ambiente.
También ayuda a la trazabilidad, ya que se ha incorporado un sistema de seguimiento a las máquinas mediante GPS y control remoto.
¿En cuánto tiempo podrán las explotaciones aplicar estas innovaciones?
Las máquinas de fitosanitarios son las que están más cerca, los atomizadores y las barras de herbicidas. Yo espero que 3 o 4 estén ya disponibles para la próxima campaña y para el año que viene esperemos que una gran parte de las máquinas puedan comercializarse.
Usted preside además la Asociación Española Agricultura de Conservación-Suelos Vivos, ¿podría explicarnos en qué consiste este tipo de agricultura y en qué situación se encuentra en España?
La agricultura de conservación consiste en una seria de prácticas que se adaptan a las condiciones del cultivo y buscan manejar el suelo protegiéndolo de la erosión, que es el primer problema medioambiental que tenemos en España. Además, contribuye a aumentar la biodiversidad, a preservar los recursos naturales e incluso ayuda en la lucha contra el cambio climático.
Se basa principalmente en suprimir el laboreo y dejar el suelo cubierto, al menos en un 30%, de restos vegetales que lo protejan contra la lluvia y la erosión.
En España ahora mismo hay más de 600.000 hectáreas de siembra directa, que representa casi el 10% de la superficie cultivada, Desde 2008, según datos del Ministerio, ha aumentado un 125%. Tiene un crecimiento sostenido aunque no espectacular, entre 50 y 70 mil hectáreas cada año. El líder es Castilla y León, que tiene casi el 30% de la superficie de siembra directa.
Las cubiertas vegetales son más habituales, hay en torno a un 1.250.000, que es más de 30% de nuestra superficie de frutales. La primera comunidad es Andalucía y el primer cultivo es el olivar.
Estas técnicas permiten conservar el suelo mientras se mantienen las producción y en algunos casos obteniendo mejores beneficios económicos. El suelo actúa como sumidero de carbono, se emiten menos contaminantes porque se utiliza menos gasoil.
En general, ¿cómo se trasladan los avances y la innovación a las empresas agroalimentarias?
Con mucha dificultad por varios motivos. El primero es la dispersión geográfica, con pequeñas fábricas que están en pueblos muy aisladas, que hace que cueste mucho la innovación.
Muchas veces el dinero que hay para innovación no se emplea como debería. A veces se utiliza a los agentes sociales y a las asociaciones, cuando ellos no tienen capacidad de innovación. Entonces lo que hacen es que utilizan una parte de ese dinero para cofinanciarse y otra parte para contratar a alguien que le haga la innovación. Si hay pocos recursos y los que hay no se aplican bien, la cosa se vuelve muy difícil.
Por otra parte, hay que valorar más el trabajo de innovación y el trabajo de transferencia. Los que trabajamos en investigación, deberíamos valorar más las tareas de innovación y transferencia, tanto como la tarea de investigación pura.
España es el noveno país del mundo en publicaciones científicas, pero está el 31 en tecnología, hay un desequilibrio evidente. España debería estar en el puesto 12 o 14 de las dos cosas, en función de su PIB. En publicaciones científicas estamos por delante de lo que nos corresponde, pero en innovación estamos muy por detrás.
¿Cómo considera usted que se podría mejorar en este aspecto y cómo se podría hacerlo?
En primer lugar, consiguiendo que el dinero de innovación vaya dedicado exclusivamente a innovación. Se han creado muchos centros tecnológicos, pero a veces lo que se crea es una infraestructura. Para innovar se necesitan los conocimientos previos y a veces eso falta.
Sin embargo, creo que están cambiando un poco las cosas, especialmente en agricultura, ya que se va incorporando gente joven. La mayoría de nuestros agricultores están por encima de los 55 años y es muy difícil que innoven, pero la gente joven sí. Aún así vamos muy lentos con respecto a otros países europeos como Francia o Italia.
¿Cómo valora la situación de la innovación en el sector agroalimentario en España?
No acaba de despegar, sobre todo en lo que es agricultura estrictamente. Creo que hace falta un esfuerzo que no ha habido. Yo creo que la innovación va a producir una mejora muy grande en la producción agraria, en nuestra capacidad de dar valor añadido, que es donde está el futuro económico.
Estamos viendo una minoría muy inquieta e innovadora y una mayoría muy lenta en los cambios. Yo espero que esta minoría actúe como catalizador y termine por obligar al resto a ponerse las pilas.